Depresión estacional

El trastorno afectivo estacional es una depresión que sigue un patrón estacional, es decir, que ocurre solo en un período específico del año. En el trastorno afectivo estacional, la gente presenta síntomas de depresión en otoño y/o invierno, cuando los días son más cortos y las horas de luz solar se reducen.

Con el fin del verano y la vuelta a la rutina otoñal, entre un 5 y un 25  % de la población puede sufrir síntomas de carácter depresivo con mayor o menor intensidad o gravedad.

Estos síntomas, como la melancolía, la sensación de debilidad o fatiga, cambios de apetito o dificultad para mantener la atención y concentrarse, han recibido diferentes nombres. Por ejemplo, astenia otoñal, trastorno afectivo estacional o winter blues.

La prevalencia de estos cuadros puede variar en función de variables sociodemográficas como la edad, el sexo o la latitud de residencia, que puede llegar a afectar a entre un 1 y un 10 % de la población general.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales(DSM-5) lo recoge como el “trastorno de depresión mayor recurrente con patrón estacional”. Este trastorno se caracteriza por la existencia de una relación temporal regular entre la aparición y remisión de síntomas depresivos en momentos específicos del año sin existencia de estresores psicosociales.

¿Cuáles son los signos y los síntomas del trastorno afectivo estacional?

Al igual que con otros tipos de depresión, una persona con trastorno afectivo estacional puede notar los siguientes síntomas:

  • Cambios en el estado de ánimo. El trastorno afectivo estacional puede provocar tristeza, irritabilidad o depresión. El trastorno afectivo estacional puede crear sentimientos de desesperación o de impotencia. La persona afectada suele llorar y sentirse alterada con mayor frecuencia y con mayor facilidad.
  • Pensamiento negativo. La persona afectada puede ser más autocrítica y muy sensible a las críticas de los demás. Suele quejarse, culpar, buscar defectos o ver problemas con más frecuencia de la habitual.
  • Incapacidad para disfrutar de las cosas. Las personas con trastorno afectivo estacional  suelen perder el interés en las cosas con las que solía disfrutar. Pueden perder interés en los amigos y dejar de participar en actividades sociales.
  • Falta de energía. Las personas pueden sentirse cansadas, con poca energía o sin motivación para hacer cosas. Sienten que todo requiere demasiado esfuerzo.
  • Cambios en el sueño. La persona afectada suele dormir mucho más de lo habitual. Le puede costar levantarse de la cama y prepararse para ir a la escuela por la mañana.
  • Cambios en la alimentación. El trastorno afectivo estacional puede provocar deseos de alimentarse con hidratos de carbono simples (como alimentos azucarados o grasas) y de comer más de la cuenta. Como consecuencia de esta conducta alimenticia, el trastorno afectivo estacional puede conllevar a un aumento de peso durante los meses de invierno.
  • Problemas de concentración. De la misma manera que ocurre con la depresión, el trastorno afectivo estacional puede dificultar la concentración. Esto puede afectar el trabajo escolar y las calificaciones.

¿Por qué aparece la depresión estacional?

En el ser humano, algunos procesos fisiológicos están ligados a factores ambientales como la luz solar o la alternancia entre actividad y reposo. Esto explica que cuando viajamos y cambiamos de huso horario, por ejemplo, tengamos dificultades para adaptarnos al nuevo horario y suframos el conocido jet lag. La secreción de hormonas o la síntesis de algunas vitaminas como la Vitamina D son algunos de estos procesos.

Los ritmos circadianos son conocidos como el reloj interno del ser humano, ya que marcan nuestro nivel de activación a lo largo de las 24 horas que tiene el día. La luz que recibe el cerebro activa estructuras cerebrales como el hipotálamo o el núcleo supraquiasmático. Estas regulan la secreción de hormonas y neurotransmisores responsables de la regulación de energía a lo largo del día. Estos ritmos se encuentran íntimamente relacionados con el metabolismo y síntesis de la melatonina, la temperatura corporal y el patrón de sueño.

Habitualmente, durante la noche nuestra energía se encuentra muy baja, sobre todo entre las 3 y las 7 de la mañana. Esto permite que nuestro sueño se mantenga estable y profundo en esa franja de tiempo.

En torno a las 10 de la mañana, nuestra temperatura corporal se ve aumentada, lo que permite que nuestra energía y nivel de activación se encuentren en el punto más alto del día. Es frecuente que después de esta subida de activación, identifiquemos el “bajón” de la tarde (justo después de comer).

El aumento de secreción de melatonina que se produce con el descenso de la luz recibida por el cerebro favorece que experimentemos un estado de somnolencia previo a la medianoche. Es el proceso que permite que conciliemos el sueño hasta el día siguiente.

Algunas hipótesis de trabajo han llevado a los investigadores a considerar que el retraso de las fases de los ritmos circadianos podría ser responsable del desarrollo de este cuadro psicopatológico.

Además, tanto los ritmos circadianos como la síntesis de melatonina se ven directamente influidos por la cantidad de luz que recibimos, siendo otoño e invierno las estaciones con menor cantidad de horas de luz solar del año.

Cómo evitar que el otoño cambie nuestro estado de ánimo

Aparte del empleo de psicofármacos antidepresivos y betabloqueantes, numerosos estudios científicos ensalzan la fototerapia como un posible tratamiento para la sintomatología depresiva, sobre todo de carácter estacional.

Sin embargo, en estudios recientes no se han encontrado diferencias en los niveles de melatonina de personas con depresión estacional, refutando la verdadera utilidad de la fototerapia en estas patologías.

Existe gran acuerdo en la comunidad científica de la importancia de descartar la presencia de un cuadro depresivo que requiera atención en sí mismo. Es decir, no debemos confundir trastornos depresivos mayores (durante todo el año y que pueden agravarse en otoño) con trastornos exclusivamente estacionales (que se dan solo en otoño e invierno).

Por eso, la valoración psicológica puede resultar más que aconsejable. En cualquier caso, las aportaciones psicoterapéuticas dirigidas al abordaje de la sintomatología depresiva favorecerán la menor disfuncionalidad del cuadro.

Por otra parte, el ejercicio físico ha demostrado ser una herramienta fundamental para la mejoría del cuadro depresivo. Esto favorece no solo el estado anímico general, sino que contribuye también a la recuperación de la esfera social del afectado por este trastorno.

Siendo un cuadro tan multifactorial, parece evidente la necesidad de realizar una aproximación terapéutica multidisciplinar para la correcta remisión de los síntomas y la prevención de la reaparición de los mismos.

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Los pacientes con epilepsia tienen un riesgo de comorbilidad psiquiátrica, que si bien no ha sido bien estudiada en niños, no deja por ello de ser importante. Ettinger y colaboradores en el 2007 encontraron que los trastornos psiquiátricos se presentaban en el 8% de la población general, en el 16% de los trastornos médicos crónicos, en el 29% de los niños con epilepsia idiopática y en el 58% de los casos de epilepsia asociados con lesiones cerebrales estructurales(20).
Por ser un padecimiento crónico, es de esperarse que la epilepsia está asociada a depresión, sin embargo parece haber una asociación mayor en comparación con otros padecimientos igualmente crónicos, tal como lo mostraron los resultados de Ettinger y cols 2004, cuando compararon un grupo de 775 pacientes con epilepsia, 395 con asma y 362 controles, todos ellos mayores de 18 años, aplicando una escala de depresión (CES-D), resultando positivos el 36.5% de los pacientes con epilepsia, comparado con el 27.8% de los pacientes con asma y el 11.8% del grupo control.

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